Le pareció corto el camino, sobre todo porque había olvidado la noche anterior. El olor amargo provenía de él, lo sentía en su boca con sed y recorriendo su cuerpo hacia abajo, hasta apenas mover los pies. Volteó su cabeza a la izquierda, ligera cual arena de arcilla, rojiza cual piel de mamá. ¡Mamá! Puedo sentirte en los versos…”encontrarás tu camino”, me pediste solo eso, mamá. La cabeza cayó otra vez, más pesada que antes, más al final hasta cerrar los ojos y viajar unas horas atrás. Había estado en Opuwo, solo, buscando más. Ahí, tendido, era capaz de revivir el hambre y la urgencia por aliviar una angustia que no conocía. ¿Cómo podía pasar que la causa fuera en sí misma la cura? Maldito alcohol.
…“encontrarás tu camino”, esta vez pudo reconocer al menos trece voces cantando. Los dedos se movieron apenas, los ojos y la nariz un poco más. Salía lento el sol, de muy pequeño le descubrió su capricho, en las largas madrugadas en que la vida no le daba una sola preocupación y cada noche el aire se envolvía de paz para que él durmiera tras escuchar la voz de su madre. Sus palabras y anhelos, ahora en la voz de su pueblo. Su camino de ocre se desdibujó, se ensució como los caminos de Opuwo. La petición eterna de su madre tenía sentido – Ella sabía que no estaría conmigo – su camino, solo de él. Menos uno y al otro lado, el mundo.